Diseñadora en busca de norte

Aún recuerdo ese día. El sobre con mi finiquito en la mano y la sensación de que el suelo bajo mis pies se había convertido en arena movediza. Después de un año como diseñadora gráfica en un lugar en el que me sentía muy a gusto, mi contrato había llegado a su fin. Por cosas de la vida, no había trabajo para mí (algo que había notado en los últimos meses), pero me sentía tan cómoda que la noticia dolió más de lo normal. Todo esto desencadenó un terremoto en mi identidad profesional.

Caminos que se bifurcan

Durante mi formación en Bellas Artes también me sentí perdida, pero entiendo que es una época en la que todos nos sentimos un poco desorientados y nos replanteamos si la carrera elegida es realmente de nuestro agrado, si queremos dedicarnos a ello… En mi caso, me especialicé en Arte, ya que no pude cambiarme al grado de Creación y Diseño. Fueron años un poco extraños, pero al final logré encontrar mi camino y adaptarlo a mis intereses, disfrutando y sintiéndome muy orgullosa de los trabajos que realicé.

Sin embargo, era evidente que necesitaba dar un paso más allá, ya que, lamentablemente, vivir del arte suele ser más difícil de lo que uno imagina. Por ello, decidí matricularme en un doble grado de Diseño Gráfico y Comunicación Audiovisual.

En el Doble Grado, sentí que aprendí más en un mes que en toda la carrera. Por fin encontré mi camino. Al terminar, empecé prácticas en una empresa. Fue un poco aburrido, además de sufrir explotación y cargar con tanto peso psicológico que al final terminé explotando. Aquí llegó mi primer despido, de un día para otro: «no estás preparada», cuando hasta el momento todo lo hacía genial, era la mejor (claro, trabajaba mil horas extra y atendía en mis días de vacaciones…).

Antes del despido estaban buscando un diseñador gráfico sénior para que supuestamente me enseñara (por el que, lógicamente, y en el momento de buscarlo lo sospeché, me sustituyeron). Pero bueno, al final me hicieron un favor, por lo mal que me sentí psicológicamente en ese sitio. Menos mal que mis compañeros eran un amor.

La calma antes de la tormenta

Me centré en mí, mejoré y empecé a sentirme mucho mejor. De repente, recibí un mensaje en mi correo electrónico en el que me decían que les había interesado mi perfil y que querían entrevistarme. Me cogieron.

En este sitio entendí lo que era tener un lugar de trabajo seguro (y más después de mi anterior experiencia…), un equipo del que formé parte durante un año en el que no hice más que aprender y disfrutar de lo que hacía. Lamentablemente, no se dedicaban a temas de diseño gráfico al 100% y entendí perfectamente que prescindieran de mí. Pero, imagínate el golpe tan duro de dejar de estar en un sitio en el que te pagaban por hacer lo que te gustaba. Fue un chasco. Un bajón. Todo mal.

Es espejismo profesional

Entré en un bucle de enviar CVs, buscar qué estudiar, replantearme si dedicarme a otra cosa totalmente diferente: taxista, autobusera, veterinaria… Sí, estaba fatal.

Lo más desconcertante fue darme cuenta de que había construido gran parte de mi identidad alrededor de mi profesión. «Soy diseñadora», decía con orgullo cuando me preguntaban. Pero ahora, ¿quién era?

Es curioso cómo nos aferramos a etiquetas profesionales, como si definieran la totalidad de nuestro ser. La pérdida de mi trabajo no solo significó quedarme sin ingresos, sino también sin una parte importante de mi autoconcepto.

El regalo de estar perdida

Tras semanas de desconcierto, comencé a entender que esta crisis profesional podía ser también un regalo. Un espacio de reflexión que, en la vorágine del día a día laboral, nunca me había permitido tener.

Empecé a preguntarme:

  • ¿Qué partes del diseño realmente disfrutaba?
  • ¿Qué proyectos me hacían perder la noción del tiempo?
  • ¿Qué habilidades quería desarrollar más allá del diseño?

 

No se trataba solo de encontrar otro trabajo similar, sino de redescubrir mi relación con la creatividad y el diseño.

Poco a poco, la sensación de estar perdida dejó de ser exclusivamente angustiante. Aprendí a convivir con la incertidumbre, a entenderla no como un limbo profesional, sino como un espacio de posibilidades.

En una sociedad obsesionada con las trayectorias lineales y el éxito inmediato, reconocer que estamos perdidos requiere valentía. Significa admitir que no tenemos todas las respuestas, que estamos en proceso, que somos seres en construcción.

El diseño seguía siendo parte de mi vida, pero ahora entendía que era una herramienta, no una identidad completa. Me permitía expresarme, comunicar, resolver problemas visuales… pero no me definía en su totalidad.

Un nuevo horizonte

Hoy, miro atrás y agradezco ese momento de crisis. No fue fácil, y hubo días en que la ansiedad parecía insuperable. Pero esa sensación de estar perdida me obligó a buscar nuevos caminos, a expandir mi visión de lo que podía ser como profesional creativa.

Gracias a este limbo, encontré una oferta de una beca para estudiar un máster en Marketing Digital, Publicidad y Diseño, en el que realizas un año de prácticas. Se me abrieron los ojos: un sábado apliqué a la beca, y el jueves ya tenía empresa y fecha de comienzo.

Este máster tiene todo lo que buscaba: especializarme en marketing digital y publicidad para unirlo con mis conocimientos de diseño gráfico. Y la verdad es que ha sido todo un acierto, porque estoy encantada.

A veces, perderse es el único camino para encontrarse, y cuando menos lo esperas, encuentras la solución a aquello que no te dejaba dormir.